Agencia Prensa Rural
Mapa del sitio
Suscríbete a servicioprensarural

Atentado a dos Londoños: la estridencia y el silencio
José Antonio Gutiérrez Dantón / Viernes 13 de julio de 2012
 

Dos Londoños fueron víctimas de atentados recientemente en Colombia: el atentado a uno de ellos, Fernando Londoño (15 de Mayo), fue ampliamente publicitado y condenado por todos los medios y por todo el espectro político: fue además condenado por la ONU, la OEA, la Unión Europea y los gobiernos de EEUU, Canadá, España, Costa Rica, Ecuador, Chile, Venezuela, Perú, El Salvador, México, Brasil y quizás alguno otro que se me pasa. Del atentado mortal a Gustavo Londoño (25 de Junio), nadie ha hablado, ningún medio oficial, ni El Tiempo, ni El Colombiano, ni El Espectador, ni nadie han dicho una sola palabra. Ni la radio ni la TV. Ningún gobierno u organismo internacional ha condenado su asesinato.

De Fernando Londoño, nadie sabe quién fue el responsable del atentado, aunque de manera refleja se culpa a las FARC-EP, si bien, muchos piensan que la “ultraderecha” pudo estar detrás de él. Como Londoño es, precisamente, insigne vocero de esa ultraderecha, las malas lenguas dicen que podría haber sido un atentado de gente cercana a su círculo para poner palos a la rueda a los rumores de conversaciones de paz entre el gobierno y la insurgencia que se oían esas semanas. O sería, entonces, una pelea de mafias, porque si algo es cierto es que así como se ha degradado el conflicto (cliché repetido hasta la saciedad), se ha degradado tambien esa oligarquía guerrerista a la cual pertenece Londoño, permeada por la mafia y el narcotráfico, curtida en la barbarie del paramilitarismo.

A Gustavo Londoño sí sabemos quien lo mató: todos los campesinos en el municipio de Caloto, Cauca, dicen que los hombres en motocicleta que lo bajaron de ocho tiros, eran de la Brigada Móvil XIV que opera en el sector donde fue asesinado hace dos semanas –Barrio Colorado [1] . De cualquier modo, el asesinato ocurrió en una zona de “control militar y constantes operaciones”. Imposible que ante el control férreo del ejército, los asesinos hayan podido llegar e irse en moto sin al menos su complicidad.

Un Londoño pertenece a esa élite dorada que si recibe apenas un arañazo en medio del conflicto, denuncia estridentemente al “terrorismo”. El otro Londoño pertenecía a ese pueblo que puede ser masacrado al por mayor sin que eso dé la menor indigestión al poder que moldea la mal llamada “opinión pública”.

Fernando Londoño es un uribista de esos de aire inquisitorial y con un historial de escándalos a cuestas (Caso Invercolsa, Caso Recchi), como todo uribista que se precie de serlo. Sirvió como Ministro del primer gobierno de Uribe Vélez, hasta que los múltiples escándalos y casos de corrupción en que se vio envuelto lo obligaron a renunciar. Las estaciones de TV y radio, así como las columnas de los diarios derechistas El Colombiano y El Tiempo sirven de tribuna permanente para su diatriba contra todo cuanto huela a progresismo o izquierda, tribunas desde las cuales predica el odio y la guerra perpetua. Su palabra hiede a sangre y pólvora, aunque él jamás ha tenido el valor para coger un fusil e irse a pegar tiros al monte… ¿para qué? Para eso están los hijos de los pobres que ponen las piernas y el cuero para morir como pendejos defendiendo los privilegios de castas como la de los Londoños. Londoño es un defensor del privilegio, de la injusticia y de la muerte. Nadie sabe en realidad por qué atentaron en su contra…

Gustavo Londoño fue dirigente de Fensuagro en el municipio de Caloto y estaba muy involucrado en la defensa de los derechos humanos, a través de la Asociación de Trabajadores de la Zona de Reserva Campesina del Municipio de Caloto y de la Red de Derechos Humanos del Suroccidente Colombiano- Francisco Isaías Cifuentes. Además, Londoño pertenecía al Consejo Patriótico Nacional de la Marcha Patriótica, con lo cual se convierte en un nuevo dirigente asesinado de esa organización, asesinado en “democracia”. Jamás los diarios, ni las radios, ni mucho menos la televisión, abrieron sus columnas o programas para que Gustavo Londoño dijera lo que pensaba, ni para que digan lo que piensan los miles y miles de valientes que día a día en todo el territorio colombiano se ponen en la primera línea de batalla por la justicia social, por el bienestar del pueblo, los que desafían al despojo violento y la iniquidad imperante. Ellos sí que arriesgan el cuero por lo que creen correcto, por sus sueños. Apenas Gustavo Londoño tenía la plataforma de su organización, el espacio de la asamblea en la cual hacerse oír y entender. Su palabra fue de igualdad, de justicia social, de vida. Todos sabemos que a este Londoño lo mataron por estas actividades políticas y sociales, por su lucha.

Los medios y el bloque en el poder ponen el grito en el cielo por la “violencia guerrillera” en el Cauca, que se ha convertido en el epicentro del conflicto en el último tiempo, pero silencian la “violencia oficial” que se cobra día a día víctimas anónimas, de las que nadie quiere hablar como Gustavo Londoño; esta violencia oficial, con la que el Estado ha respondido desde siempre a las demandas populares, es la que realmente alimenta al conflicto. Esos medios, que piden a gritos más plomo, más bombas, más militares, más escuelas convertidas en trincheras para enfrentar a los guerrilleros y a los movimientos en resistencia en el Cauca, silencian también la dignidad de los campesinos e indígenas caucanos que rechazan la militarización de sus territorios, como lo demuestran las masivas movilizaciones populares contra la creación de una nueva base militar y zona de “consolidación territorial” en Miranda. Mientras los Gustavos Londoños de Colombia pidan pan y se les dé plomo, seguirá habiendo conflicto para largo, así se inventen todos los planes militares de nombres estrafalarios que quieran, y así condenen con toda la estridencia que quieran a quienes los resistan de todas las maneras posibles. Mientras quede dignidad en los corazones de caucanos y colombianos en general, habrá resistencia a este modelo de muerte y saqueo.

En 1987, poco antes de ser asesinado, el dirigente de la Unión Patriótica, Jaime Pardo Leal, interpelaba al gobierno de Virgilio Barco: “Le hemos dicho al gobierno nacional que nos defina si tenemos derecho o no a vivir en nuestro país”. La única respuesta que recibió, fue la bala con que lo mataron. Hasta el día de hoy no hemos recibido respuesta, pero el silencio de la oligarquía habla más elocuentemente que mil palabras. Hoy el proceso de la Marcha Patriótica demuestra el límite estrecho de la “democracia” en Colombia, que niega a la inmensa mayoría el derecho a vivir, debiendo apenas contentarse con existir. Hoy, más que nunca, la lucha debe darnos ese derecho a la vida que el régimen nos niega.