Siete años después de la masacre cometida por las AUC, pocas cosas han pasado.
Escribe Jorge Enrique Rojas, reportero de El País:
Entonces les dijeron que subieran al furgón sin hacer preguntas. Que necesitaban hombres para empujar un camión que se había quedado enterrado en el barro y que después del favor los traerían de vuelta. Y ellos, campesinos, buenos, inocentes por naturaleza y genética, les creyeron a esos tipos armados que ya, todos sabían, eran paramilitares.
De La Alaska se llevaron 18; de La Habana a otros 7. No les importó que Edilberto Calvo Torres apenas fuera un niño, ni que su hermano José Fernando aún tuviera puesto el uniforme de la escuela. A ellos también, en un punto del camino hacia la muerte cruel que el Bloque Calima de las Autodefensas les tenía previsto por creerlos auxiliadores de las Farc, los bajaron del carro, los obligaron a arrodillarse y los rociaron con ráfagas de fusil y ametralladoras.
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