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La base de las bases
Alfredo Molano Bravo / Lunes 2 de noviembre de 2009
 

El gobierno nacional le ha salido al toro de las bases militares con un capote desteñido y roto: se trata —dice— de un acuerdo simplificado, un simple desarrollo de otros acuerdos como el de 1952, firmado entre el gobierno de Laureano Gómez y el de Truman, el de la bomba de Hiroshima. Hay muchas cosas que emparentan estas dos piezas maestras de nuestro vasallaje.

Laureano ganó la presidencia con la abstención de un liberalismo diezmado a bala desde el asesinato de Gaitán. En casi todo el país, los liberales esperaban una orden de levantamiento armado que nunca llegó. Sus jefes se plegaron, pero el pueblo no. En Santander, en el Tolima, en Antioquia, las cuadrillas de trabajadores se volvieron guerrillas. En noviembre del 49 Alfredo Silva, capitán de la Fuerza Aérea Colombiana, se tomó la base aérea de Apiay, pero ninguno de sus compañeros de las FF.AA. le hizo la segunda. Terminó preso, mientras Chaíto Velázquez, un liberal de a pie, se apoderó del Meta y prendió así la insurrección en esa región siempre levantisca.

En Santander, Rafael Rangel asaltó a San Vicente, Saúl Fajardo dominó el occidente de Boyacá y el capitán Franco se adueñó del noroccidente de Antioquia. El historiador Ramsey calcula que en ese momento las fuerzas guerrilleras no pasarían de 4.000, mientras el gobierno contaba con unos 50.000 efectivos. Pese a la desproporción favorable, el gobierno conservador la veía peluda. Ospina Pérez apeló al Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (Triar), que inauguró la Doctrina de Seguridad Nacional (firmado en 1947) para conseguir armas. EE.UU. regateó, pero al fin le vendió a Colombia un par de bombarderos B25, unos DC-3 para el transporte de tropas y un poco de carabinas M1. Y, claro está, asesoría: “El ejército había recibido la orden de quemar toda aldea sospechosa de guarecer guerrillas liberales…” (Ramsey, citado por Pardo). A cambio del apoyo de EE.UU., el gobierno aceptó participar en la guerra de Corea. Laureano borraba así sus simpatías por el nazismo y EE.UU. podía mostrar que al menos un país de América Latina, Colombia, se comprometía a combatir el comunismo mundial. La contribución tuvo un plus para Laureano: se desembarazó de oficiales medio liberales, dejando las FF.AA. en manos conservadoras. Mientras en Corea el Batallón Colombia combatía el comunismo, en El Turpial, Meta, los guerrilleros de Guadalupe Salcedo acababan con una columna de cien soldaditos. Dejaron uno vivo para que diera la razón. En pleno corazón del país, las guerrillas de Fajardo asaltaron la base aérea de Palanquero. Según Ramsey, el movimiento armado del llano pasaba de 20.000 hombres. Urdaneta, que reemplazaba a Laureano, firmó en abril del 52 el Pacto de Ayuda Militar Mutua con EE.UU., en el que ambos estados se comprometían a suministrar los “equipos, materiales, servicios y demás ayuda para fomentar y mantener la paz en el Hemisferio Occidental”. El objeto del pacto está vigente. El artífice del acuerdo fue ni más ni menos don José María Villarreal, creador de las tropas chulavitas que ensangrentaron a Bogotá el 9 de abril.

El conservatismo usó para su beneficio político el pacto, y quizás EE.UU. lo toleró hasta aquel octubre del 52 cuando la “chusma goda” quemó las casas de López Pumarejo, Carlos Lleras y Alberto Jaramillo e incendió El Espectador y El Tiempo. El gobierno de EE.UU. suspendió una segunda negociación de armas cuando concluyó que el Gran Burundú Burundá era el causante real del levantamiento, en esa hora ya civil y general. Entonces, Rojas Pinilla dio el “golpe de opinión”.